Heinrich Himmler en un discurso pronunciado en Posen en octubre de 1943 declara: «No me sentía en efecto el derecho de exterminar a los hombres [...] y dejar crecer a los niños que se vengarían sobre nuestros hijos y nuestros descendientes. Hubo que tomar la grave decisión de hacer desaparecer a este pueblo de la tierra».
Desde el principio de las persecuciones puestas en marcha por los nazis y sus colaboradores, la mayoría de los niños pasan de un mundo protegido, el de su familia, a un mundo desconocido, al que a pesar de sus sufrimientos deben hacer frente: exilio, miedo, hambre, aislamiento, asesinato.
Su suerte, sea cual fuere el país de Europa en que se encuentren, depende de situaciones particularmente dramáticas. Sin embargo, desde 1938 las redes y los individuos se movilizan para intentar salvarlos, por ejemplo ocultándolos, o cuando era imposible salvarlos, proporcionándoles un entorno afectivo, pedagógico o moral.De estos niños nos han llegado cartas, relatos, diarios, dibujos; testimonios íntimos y espontáneos, oh tan preciosos y de una increíble madurez, de sus esperanzas, de sus luchas, de sus sentimientos, dejados antes del silencio.